Desescolarización: Desaprendiendo a Aprender
Mientras lxs estudiantes se preparan para regresar a un entorno de aprendizaje cada vez más distópico, es un buen momento para revisar nuestras ideas sobre la educación en sí. ¿Cuál es el propósito de nuestras instituciones educativas? ¿Cuán profundamente moldean las premisas de esas instituciones las formas en que abordamos el aprendizaje, incluso en nuestro “tiempo libre”? ¿De qué otra manera podríamos desarrollar y explorar nuestras capacidades?
“La educación es lo que sobrevive cuando lo que se ha aprendido se ha olvidado”, dijo BF Skinner. En otras palabras, la función de la educación no es permitir que lxs alumnxs adquieran habilidades o conocimientos específicos, sino más bien inculcar ciertos hábitos y formas de pensar. En una sociedad hipercapitalista, en la que las instituciones educativas sirven principalmente para clasificar y categorizar a lxs solicitantes de empleo, el papel de las escuelas no es solo prepararnos para el mundo laboral, sino resignarnos a él, reduciendo nuestra capacidad de imaginar cualquier otra forma de aprendizaje.
Desescolarización: Desaprendiendo a Aprender
Hablar de desescolarización es hablar en favor del hacer —de dedicarse por iniciativa propia a una actividad, con un propósito y un significado— y en contra de la educación —en el sentido de aprendizaje dirigido desde arriba, aislado del resto de esferas de la vida y ejecutado bajo la presión del chantaje y la amenaza, de la codicia y el miedo. Es hablar de personas haciendo cosas, y haciéndolas mejor, y bajo que premisas esto sería posible; sobre la manera en la que, si se dieran esas condiciones, otras personas podrían ayudarnos a hacer las cosas mejor, y viceversa; y sobre las razones por las que estas condiciones no existen en las escuelas obligatorias, coercitivas y competitivas, ni siquiera en las llamadas instituciones alternativas de aprendizaje.
Intérprete e Interpretación
La mayoría de lxs estudiantes de música piensan en la música como algo que tienen que aprender, no como algo que pueden hacer. Sin embargo, a pesar de las academias y conservatorios, metodologías y libros de metodología, pedagogías y pedagogxs y millones de rapapolvos que unx pueda recibir, el verbo activo adecuado en relación con la palabra música sigue siendo “tocar”. Tocas música. También puedes hacer música. Tocar y hacer son elementos esenciales para ser músicx. Sin embargo, en lugar de tocar y hacer, lxs estudiantes practican composiciones o trabajan en proyectos. El término practicar implica que realmente no lo estás haciendo, solo estás preparándote para cuando realmente lo hagas. Bueno, ¿cuándo lo vas a hacer? ¿Para tu profesor en clase? ¿Para un tribunal en un examen o el jurado de un concurso? ¿Para padres, madres o amigxs? Cuando finalmente lo hayas hecho y tu padre, tu madre, maestrx o jurado te digan si has conseguido hacer música o no, ¿querrás volver a hacerlo alguna vez?
En una sociedad orientada al producto, la interpretación (grabación) y lxs intérpretes (persona) se convierten en los elementos más importantes de la música, cruciales porque son eminentemente comercializables. En esta sociedad la única música que se considera real es la que pasa la prueba definitiva de la mercantilización. Cuando la “ejecutas” durante una clase o para conocidxs, y no has estado practicando y haciendo el trabajo que sabes que deberías haber estado haciendo y tu ejecución no cumple con las expectativas de todxs—reales o imaginarias, incluidas la tuyas propias—te sientes mal. No te sientes músicx. Puedes sentir que estás mintiendo. Puede que no te gustes a ti mismx y te sientas culpable. Puedes sentir resentimiento hacia tu maestro y tu madre o padre por hacerte pasar por todo esto. Es posible que sientas todas estas cosas con mayor intensidad aún si fuiste tu mismx quien quiso tomar clases! Sientas lo que sientas, ciertamente no te sentirás musical.
Los sistemas obligatorios no pueden proteger a lxs jóvenes de los muchos fracasos y tragedias que han vivido lxs adultxs. La música solo se puede disfrutar en sus propios términos. Enfocarse en la interpretación genera un compendio de sentimientos: frustración por hacerlo mal, resentimiento por necesitar tanto trabajo para ser “buenx”, confusión al comprobar que la música no es para nada divertida. Al final, lxs estudiantes pueden incluso resistirse a practicar. Todo esto va en contra del verdadero propósito de tocar música: ser “una persona más completa”, adquirir otras formas de expresión, divertirse. Las presiones externas de este tipo son la antítesis del aprendizaje y la vida.
La educación, como la mayoría de la gente la entiende, presupone que el aprendizaje es una actividad separada del resto de la vida, que se realiza mejor cuando uno no está haciendo nada más y, aún mejor, allí donde no se hace nada más—en espacios de aprendizaje especialmente concebidos para aprender solx. La mayoría usa el término “educación” como si se refiriera a algún tipo de tratamiento. Incluso la “autoeducación” puede reflejar esta idea: al verse como un tratamiento autoadministrado. Pero es un completo disparate decir que hay que enseñar a las personas a aprender o a pensar. Nacemos sabiendo cómo hacerlo. Nacemos con la inclinación al juego, y al jugar, no vivimos ni un solo momento sin aprender.
Los Orígenes de la Escolarización Obligatoria
La estructura educativa del siglo XX en Estados Unidos se remonta a 1806, cuando los soldados amateurs de Napoleón vencieron a los soldados profesionales de Prusia en la batalla de Jena. Cuando el negocio está en vender soldados, perder una batalla como esa es cosa seria. Casi inmediatamente después, un filósofo alemán llamado Johann Gottlieb Fichte pronunció su famoso “Discursos a la nación alemana”, que se convirtió en uno de los documentos más influyentes de la historia moderna. En pocas palabras, le dijo al pueblo prusiano que la fiesta había terminado, que la nación tendría que progresar a partir de una nueva institución utópica de escolarización obligatoria en la que todxs aprenderían a recibir órdenes.
Así llegó la escolarización obligatoria al mundo—a punta de bayoneta del estado. La educación obligatoria moderna comenzó en Prusia en 1819, con una visión clara de lo que las escuelas centralizadas podían ofrecer: disciplinadxs soldados para el ejército, obedientes trabajadorxs para las minas, funcionarixs públicxs correctamente subordinadxs al gobierno, empleadxs sometidxs a la industria y ciudadanxs que piensan lo mismo sobre las cuestiones más importantes. Treinta y tres años después de la fatídica invención de esta institución de aprendizaje centralizado, Estados Unidos adoptó el estilo de escolarización prusiano como propio.
La Educación como Industria
La educación obligatoria sigue satisfaciendo la necesidad de nuestra superpoderosa sociedad de formar a lxs ciudadanxs para el servilismo. Además, la educación ahora nos prepara para desarrollar una carrera en diversas industrias que Fichte en su tiempo no podría haber siquiera imaginado. La mayor sorpresa de todas es que la educación en sí misma se ha convertido en una industria. En un mundo progresivamente mecanizado, en el que el autopago en las tiendas de comestibles y el check-in online están reemplazando los trabajos que una vez mantuvieron a lxs ciudadanxs ocupadxs e integradxs en la sociedad, ¿qué se puede hacer con todxs lxs trabajadorxs excedentes excepto postponer indefinidamente su entrada en el mercado laboral?
Se suele decir que lxs graduadxs de la escuela secundaria de hoy pueden estar segurxs de que, si consiguen tener trabajo, tendrán que realizar tareas que todavía no podemos siquiera imaginar. En el limbo entre lo conocido y lo desconocido, está la educación. Lxs maestrxs, profesorxs y directivxs siempre pueden encontrar empleo cuando escasean otros trabajos, y aquellxs, a quienes se les enseñó a creer que no estarían listxs para vivir la vida hasta que estuvieran debidamente preparadxs, conforman la masa de lxs consumidorxs. Lxs candidatxs a empleadxs pasan cada vez más tiempo compitiendo entre sí por una mejor posición, un punto extra, una más larga lista de títulos. Ésta es una manera eficaz de desviar la atención de la inminente fatalidad del desempleo y la justificación de por qué algunas personas nunca consiguen los trabajos de ensueño que pensaban que les aguardaban—simplemente no estudiaron lo suficiente.
Hace poco tiempo, solo lxs ricxs y poderosxs podían enviar a sus hijxs a la escuela. En la economía actual, basada en el crédito, en la que todxs esperan ser clase media y la mayoría debe vivir más allá de sus posibilidades para mantener esta ilusión, la industria de la educación ha hecho su agosto con una nueva forma de chantaje. Con el objetivo de estar preparadas para todo tipo de empleos, excepto los peores, las personas deben pagar miles o decenas de miles o incluso más, para ir a escuelas que enseñan pocas de las habilidades que el mercado laboral realmente requiere. Esto las endeuda durante décadas, y las obliga a seguir vendiéndose dondequiera que la economía lo requiera. Es una forma muy sofisticada de servidumbre por contrato. ¿No hay realmente una forma más “educativa”—por no decir valiosa—de gastar tanto dinero? ¿Y tantxs estudiantes, recién salidxs de la universidad y desesperadxs por vivir, por fin, libremente, buscarían inmediatamente un empleo si no tuvieran que afrontar el pago de unas deudas tan agobiantes?
Abandono y Desescolarización
La mayoría de las personas nacidas con uno o dos padres o madres forman parte de la institución social más pequeña e inmediata—la familia. Desde la perspectiva del gobierno, esta anticuada institución no es digna de confianza y es imposible de controlar. Los sistemas actuales de escuelas y guarderías, en modelos complementarios tanto obligatorios como voluntarios, aseguran que lxs niñxs adquieran ciertos valores. En consecuencia, una amplia diversidad de familias, interesadas por distintas razones en la autogestión, planifican con antelación la desescolarización.
En la cultura popular, estas familias, que educan en el hogar y cuyxs hijxs no asisten a la escuela, se representan como hippies, fundamentalistas religiosxs o fanáticxs extremistas. Se nos dice que muchas de ellas son ricas y blancas. Rara vez vemos información sobre familias que educan en el hogar y que pertenecen a grupos demográficos específicos o marginados. Muchas de estas familias prefieren permanecer en el anonimato: muchxs padres y madres negrxs temen que, si las autoridades escolares descubren con qué facilidad sacan a sus hijxs de la escuela, lxs legisladorxs diseñarán leyes para obligarlxs a devolver a sus hijxs al sistema. Lxs negrxs que educan a sus hijxs en casa tienen motivos para temer que el gobierno promulgue leyes contra el absentismo escolar, como las leyes de esclavxs fugitivxs, que tendrán un impacto más acusado en sus familias que en aquellas más privilegiadas. También es probable que, debido a que tienen acceso a más recursos, herramientas, tiempo y a que sienten tener derecho a saltarse las reglas, las familias más ricas y blancas sean más frecuentes en el mundo de la educación formal en casa.
Por supuesto, muchxs de lxs no escolarizadxs son marginadxs a causa de sus principios—no solo por el sistema que rechazan, sino también por sus padres. Por el bien de la desescolarización, deberíamos trabajar para librar nuestra mente de los prejuicios que nos hacen verlxs como “fracasadxs” o “delincuentes”, animales extraviados que deben ser atrapados y devueltos al redil. Cuando oímos hablar del abandono escolar, lo que oímos es el punto de vista de sus cazadorxs. Sin embargo, podríamos considerar a lxs desertorxs escolares refuseniks, objetorxs de conciencia que se rebelan contra un proceso asfixiante y deshumanizador. Muchxs estudiantes, cuyxs tutorxs definieron como desertorxs, se han redefinido a sí mismxs desde entonces como exitosxs fugitivxs de una inútil carrera educativa.
En EE.UU., la mayor parte de lxs jóvenes que abandonan la escuela antes de graduarse son latinxs y negrxs. Para cuando dejan la escuela, tanto su alma como su cuerpo ya han sido víctimas del sistema. Es comprensible que muchxs se nieguen a recibir más “atención” después de sufrir intensivos programas de recuperación, que presuponen que son incapaces de tener éxito dentro del sistema o de integrarse en la sociedad, si no es siguiendo el camino marcado por sus maestrxs. En escuelas que no les enseñan nada sobre sí mismxs, se les ha obligado a aprender a fingir todo. Muchxs han llegado a ver la escuela como una trituradora de almas a nivel mundial, que machaca a la mayoría y fortalece a una élite para que gobierne a lxs demás.
Esta es la autoconciencia sobre el absentismo escolar a la que todxs podemos aspirar. Acabemos con el estigma que pesa actualmente sobre lxs infraconsumidorxs de la educación.
Las Desventuras de lxs Maestrxs en el Templo de la Perdición
La mayoría de lxs maestrxs y profesorxs son personas generosas, inteligentes y creativas. Algunxs tienen mucho talento o conocimiento de sus campos y serían grandes mentorxs o amigxs fuera de las limitaciones que impone la escuela. Muchxs han renunciado a la oportunidad de ganar mucho dinero porque creen en la enseñanza a pesar de estar mal pagada. Especialmente si son hombres, soportan a veces años de reproches de sus familias—”¿por qué no buscas un trabajo de verdad?” Muchxs profesorxs y maestrxs son personas estupendas, pero el papel que se ven obligadxs a desempeñar en la escuela les impide comportarse como personas normales en sus interacciones con otras personas normales, es decir, con sus alumnxs. Su talento y energía se agotan por culpa de tener que decir constantemente qué se debe hacer. Como formadorxs, estas buenas personas chocan con el muro de hormigón que los vericuetos burocráticos de cualquier escuela les exige. Ésta es la naturaleza de las limitaciones fundamentales de la escolarización institucional.
Cuando tienes maestrxs o profesorxs formadxs, divertidxs o sabixs, escuchar a esas personas relatar historias y dar clase puede ser delicioso, es decir—asumiendo que la administración les “permita” ser ellxs mismxs y decir lo que realmente saben y piensan. Desafortunadamente, esto rara vez ocurre, ya que la mayoría de lxs funcionarixs de educación tienen que preocuparse por si cualquiera de lxs padres y madres se ofende, y de ser así no lxs reeligen para su cargo y, por lo tanto, se esfuerzan por mantener a sus maestrxs y profesorxs tan mudxs, mediocres y con el perfil más bajo como sea posible. Casi todxs lxs empleadxs de una escuela viven con miedo de sus superiores, porque sus superiores viven con miedo de su electorado. Democracia! Por lo tanto, las ideas interesantes se censuran hasta el extremo. El maestro no puede decir: “Espera un minuto, ¿qué está alimentando esta supuesta guerra contra las drogas?” porque el padre de Johnny, indignado, podría llamar al director para protestar que “¡de entre todas las personas, un maestro!” es quien está fomentando el consumo de drogas. De hecho, el padre de Johnny puede tener él mismo serias dudas sobre la guerra contra las drogas, pero tampoco es probable que acuse a la administración de lavarle el cerebro, no sea que otrxs lo tilden de padre inadecuado—y un gran barco como el Currículo Educativo no es fácil de llevar.
Algunas de las personas más brillantes y con inclinaciones más radicales que puedas conocer se convierten en maestrxs o profesorxs, tratando de defender su postura haciéndose un hueco en este barro burocrático. La escuela es uno de los pocos lugares en los que socialmente se aceptan lxs “librepensadorxs” y ahora que su terreno ha sido envenenado y cementado y casi todos los seres humanos colocados al azar en vehículos, oficinas, cárceles y hoteles, hablar de amistad, dios e impiedad, o sufrimiento colectivo es ser un soñador académico.
¿Qué pasaría si, en lugar de convertirnos en académicxs que capacitan a otrxs aspirantes a académicxs, nosotrxs, personas reflexivas, buscáramos a nuestrxs compañerxs para influenciarnos mutuamente de maneras más inmediatas y deliberadas? Al oponernos a toda nueva forma de relación institucionalizada, podemos soñar con lugares, espacios libres y centros sociales okupados—carpas y plazas y tal vez incluso escuelas okupadas—en los que la gente pueda reunirse en grupos según quien desee emprender un proyecto o explorar juntxs un pensamiento específico. Podemos buscar crear espacios en los que nos encontremos partiendo de un deseo común de autogobierno, renunciando a toda integración en cualquier sistema.
Repensando la Disciplina, la Seguridad, la Certificación, los Espacios Públicos, el Trabajo Infantil y el Pensar en Sí Mismo
Reconsideremos la disciplina. Una de las peores cosas del arbitrario tipo de autoridad que observamos en las aulas, es la manera en la que nos hace perder la confianza en la posibilidad de aprender de personas que saben lo que están haciendo y podrían compartir su sabiduría con nosotrxs. Cuando te hacen obedecer a crueles y poco razonables maestrxs y profesorxs, pueden coartar tu deseo de aprender de una persona sabia, amable y razonable. Cuando te ordenan recoger lo que has ensuciado en la cafetería, pueden socavar tu propio y libre sentido de la cortesía. Imagínate una habitación llena de gente que grita: en realidad, es mucho más fácil si se callan por si mismxs que hacerlxs callar a la fuerza. La manera en la que las escuelas de hoy en día insisten en esto último, impide que las personas desarrollen, por sí mismas, la capacidad de estar tranquilas y atentas.
Reconsideremos la seguridad. La seguridad es siempre una preocupación dominante para todxs aquellxs que conviven con jóvenes. Pero la forma de promover la seguridad es ayudar a lxs niñxs a volverse más fuertes y responsables, no más débiles y dependientes. Tanto si eres padre o madre como si no, considera que la responsabilidad fomenta la fortaleza, mientras que la vigilancia y el control pueden fomentar la debilidad.
No discriminemos a lxs que no tienen una titulación. Si debemos evaluar las competencias necesarias para una tarea determinada, evaluémoslas tan directamente como podamos, y no confundamos las competencias con la cantidad de tiempo que pasamos sentadxs en instituciones educativas. Aquellxs de nosotrxs que hemos pasado mucho tiempo en esas instituciones podemos aportar nuestro grano de arena para devaluar la moneda educativa, negándonos a jactarnos de nuestras propias credenciales educativas “oficiales”. Elimina estas de tu propia imagen; pide que lxs demás te juzguen por tus talentos y logros reales, de la misma manera que tu juzgarías a lxs demás.
Frecuentemos bibliotecas, cooperativas, museos, teatros y otras instituciones comunitarias voluntarias y menos coercitivas. Donde sean inaccesibles, trabajemos para hacerlas accesibles. Creemos más espacios en nuestras comunidades donde desde jóvenes hasta ancianos puedan reunirse para realizar actividades no programadas de todo tipo. Pongamos fin a la política de trasladar a jóvenes y mayores a instituciones separadas “por su propio bien”.
Escupamos sobre el trabajo de explotación de todo tipo, no solo sobre el trabajo infantil. Durante los primeros cientos de miles de años de existencia humana, lxs jóvenes participaron de manera significativa en muchas de las cuestiones necesarias para asegurar la supervivencia colectiva de sus comunidades. Es la discriminación por edad la que exige que lxs jóvenes aprendan sobre el mundo antes de que se les permita aprender de él, tomando parte en él.
Aprendamos a pensar de nuevo—¡y construyamos espacios que lo alienten! Fomentemos la cultura del libro en círculos y espacios sociales estables, en los que podamos reunirnos con regularidad, como cafeterías, y publicaciones periódicas para escritorxs y lectorxs. Hoy en día, tanto los libros como el diálogo se enfrentan a la oposición de los medios de comunicación. La pantalla disuelve el texto. La imagen y su leyenda triunfan. La atención silenciosa y sostenida es interrumpida constantemente por ruidos programados. Las materias escolares especializadas y las campanas escolares, que dividen las clases en intervalos regulares de cincuenta minutos, interrumpen los pensamientos de cualquier individuo que intente reflexionar de manera crítica en el seno de la escuela. Nuestra capacidad para mantener un pensamiento sostenido está siendo atacada por las películas y las redes sociales, por el ruido, la velocidad y la densidad de información de nuestro tiempo. Las instituciones que pretenden preparar a lxs estudiantes para este mundo demencial—sólo consiguen reprimir la capacidad de pensar y sentir libremente.
Relaciones de Confianza Mutua y con lxs Jóvenes
Todxs hemos observado las actuales guerras culturales conservadoras que giran en torno a los “valores familiares”. Estos “valores”, por supuesto, se refieren a lxs niñxs: preciosos, obedientes, y pequeños reflejos de ciudadanxs honradxs y agradables. Las personas que desconfían del cambio a menudo temen que lxs jóvenes, el corazón del núcleo familiar, representen una fuerza potencialmente disruptiva.
Esta sospecha está bien fundada. Lxs jóvenes —como puede atestiguar cualquiera que lxs tome en serio— a menudo demuestran tener una capacidad inusual para llamar la atención sobre las dimensiones políticas subyacentes en la vida cotidiana: los dudosos pretextos con los que se establece la autoridad, a menudo incluida la de lxs padres y madres. Sin censura, con espacio seguros en los que poder ser curiosxs y directxs, lxs jóvenes pueden discernir los fundamentos de las relaciones sociales, desenterrando la raíz—es decir, el radical— que traiciona la realidad de esas relaciones, recordándonos las raíces ocultas del poder en las que descansa la autoridad. Al observar ese cabo suelto es posible que tiren de él y pregunten: ¿Por qué? ¿Por qué en mis zapatillas pone “Hecho en Pakistán”? ¿Por qué se están deteriorando las aceras en esta parte de la ciudad? ¿Por qué se supone que debemos ir a la escuela?
Comprueba tus motivos al interactuar con aquellxs que crees que saben menos que tú. Lxs educadorxs a veces asumen la educación de lxs niñxs con tanto celo porque sienten envidia de la claridad que estxs tienen, y se sienten impelidxs a intentar que esa otra persona se parezca a ellxs mismxs. Del mismo modo, pueden estar alentadxs por el resentimiento que les produce la valentía que ayuda a lxs niñxs a denunciar la incongruencia y la injusticia.
Debido a que, con demasiada frecuencia, lxs niñxs no son vistxs como individuxs, sino como objetos, como tofu que absorbe el sabor de cualquier salsa que le pongan, han sido utilizadxs, por personas con todo tipo de motivaciones, como terreno de pruebas para un sinfín de soluciones a medias para todo tipo de problemas sociales. Las técnicas de “correcta educación infantil” se han presentado como un medio para acabar con la pobreza, la delincuencia, la violencia urbana y el desorden en general, entre otras plagas. A lxs niñxs se les enseñan los valores sociales, la actitud y los hábitos de trabajo adecuadxs para este fin; pero si olvidan o rechazan esa enseñanza, se les muestra que, como individuxs, ellxs son el problema, no el sistema social responsable tanto de sus lecciones como de los problemas sociales contra los que están, supuestamente, siendo vacunadxs.
Si estamos de acuerdo en que lxs niñxs aprenden bien, dejemos que nuestra actitud y nuestro trato con lxs jóvenes lo demuestren. Resistamos la tentación de convertirnos en educadorxs, de restregar por su cara nuestra más dilatada experiencia, adoptando sin querer los roles de maestrxs, ayudantxs, instructorxs. Confiemos en que las personas se den cuenta de las cosas por sí mismas a menos que pidan nuestra ayuda, como resultado preguntarán con frecuencia. Las personas, cuya curiosidad no ha sido adormecida por la educación, están llenas de preguntas. La toxicidad inherente a la educación es precisamente que gran parte de la enseñanza que se imparte no es bienvenida.
Además, en apoyo no solo a lxs jóvenes sino a todas las personas, haríamos bien en fomentar lugares cotidianos más accesibles, donde el conocimiento y las herramientas para adquirirlo no estén encerradxs en instituciones o atesoradxs como secretos celosamente guardadxs. Es bastante fácil ofrecernos a compartir nuestras habilidades con otrxs, sin tener que imponérselo. Toma un aprendiz. Cuelga un cartel en la puerta de tu casa que describa lo que haces. Hazles saber a tus amigxs y vecinxs que puedes hacer esa oferta a cualquier persona seria y comprometida.
Vivir no Puede Institucionalizarse
Cuando ingresamos en una institución, ya sea por voluntad propia o por la fuerza, a menudo creemos que podemos quedarnos con las cosas buenas que tiene para ofrecer y desechar las malas. Sin embargo, como dijo un hombre lakota sobre la escolarización,
“Las escuelas dejan una cicatriz. Entramos en ellas confundidos y desconcertados y las dejamos de la misma manera. Cuando entramos en la escuela al menos sabemos que somos indios. Salimos mitad rojos y mitad blancos, sin saber lo que somos ‘’.
Comprometerse con la influencia institucional suele ser un mal negocio.
Si no deseas institucionalizar tu mente y tu corazón dentro de las limitaciones de la escuela, considera también cuestionar las relaciones afectivas clásicas, las normas de transporte y otras cosas que la gente da por sentadas. Acompaña tu segunda mirada a las escuelas con una segunda mirada a todas las cosas, todo el tiempo. No dejemos en manos de las instituciones la responsabilidad que tenemos lxs unxs con lxs otrxs. Cada vez más de nosotrxs consideramos razonable y virtuoso evitar ser diagnosticadxs, curadxs, educadxs, socializadxs, informadxs, entretenidxs, alojadxs, casadxs, asesoradxs, certificadxs, publicitadxs y protegidxs de acuerdo con las necesidades que nos inculcan nuestrxs cuidadorxs profesionales. Cada vez más personas descubren que para ellxs es sagrada la libertad de resistirse a ser integradxs en muchos de nuestros modernos sistemas.
Para lxs que Abandonaron los Estudios teniendo Recursos para Acceder a la Llamada Educación Superior
Aunque muchxs de nosotrxs, atrapadxs en las instituciones públicas, nos encontramos con la necesidad de escapar por completo de sus garras, es posible que descubras que tienes la inspiración o la ilusión que se necesitan para vivir creativamente dentro del vientre de la bestia. En realidad, todxs nos encontramos algunas veces viviendo en alguna cámara de ese vientre, independientemente de nuestras opciones de vida. Si eres una persona joven cuyxs progenitorxs tienen suficientes recursos y esperan que vayas a la universidad con su dinero y obtengas los títulos que te abrirán las puertas que están cerradas para personas menos privilegiadas, piensa en formas inteligentes de utilizar ese privilegio. Recibe la formación convencional para convertirte en médicx con el fin de realizar cirugías de transición o electrólisis a personas transgénero que tienen bajos ingresos. Asiste a la facultad de derecho para poder representar en el juzgado a personas que se han negado a ser institucionalizadas y han sido acusadas de delitos por ello. Muchas subculturas marginadas se beneficiarían del acceso gratuito o económico al resultado de la formación institucional de alguien que puede hacer algunas de las cosas difíciles que están estrictamente reguladas en esta sociedad—ayudar a adaptar una prótesis para alguien, por ejemplo.
Pero si estás interesadx en recibir esa educación, ten cuidado. Como Frodo y el anillo, poner temporalmente una herramienta institucional en tu mano, incluso si el objetivo que tienes en mente es destruir su poder, es correr el riesgo de ser víctima de su encanto y de sus equivocados principios.
Considera otras formas de utilizar tu acceso a la educación superior. Tal vez podrías coger el dinero que gastarías en la educación y canalizarlo hacia otras personas para quienes la universidad es completamente inaccesible, y que no desean— o simplemente no pueden—interactuar fácilmente con el mundo sin tener un título. En caso de que tus padres apoyen tu análisis o respeten tu divergente punto de vista, pregunta si su dinero podría usarse para financiar ese brillante proyecto que tienes en mente.
Aprender a No Aprender, No Aprender a Aprender
Para pensar seriamente en desescolarizar toda nuestra vida, podemos desarrollar el hábito de poner un signo de interrogación al lado de cualquier discurso sobre las “necesidades educativas” de las personas y la supuesta necesidad de una “preparación para la vida”, reflexionando en cambio sobre el contexto histórico de estas ideas. Cuestionemos no solo la noción de que la escolarización es un medio deseable, sino también que la educación es un fin deseable. La alternativa a la escolarización no es otro tipo de programa educativo, ni la integración de oportunidades educativas en todos los aspectos de la vida, sino una manera de vivir que fomente una actitud diferente hacia las herramientas que tenemos a nuestro alcance.
La función educativa ya está emigrando de las escuelas a otros lugares (¿formación en el trabajo, alguien?) Y, cada vez más, se están instituyendo otras formas de aprendizaje obligatorio en la sociedad moderna. Por supuesto, el aprendizaje en sí no es obligatorio por ley. En cambio, como es típico en la sociedad de consumo, se refuerza sutilmente con otros trucos, como hacer que la gente crea que está aprendiendo algo de los programas de televisión, obligar a la gente a asistir a cursos de formación para empleadxs, o hacer que la gente pague enormes cantidades de dinero para que le enseñen cómo tener mejores relaciones sexuales, cómo ser más sensible, cómo saber más sobre las vitaminas que necesitan, cómo jugar, cómo amamantar, etc.
¿Cómo podrían ser nuestras vidas si actuáramos cada día como personas que acaban de despertar a la vida? ¿Si nos levantáramos de la cama para vivir cada momento según nuestra propia autodeterminación? Comer cuando tuviéramos hambre, aprender a buscar respuestas, no temer la intimidación de lxs superiores, no despreciar a lxs más jóvenes, no experimentar ansiedad o sentimientos de inferioridad con lxs mayores, sufrir raras veces de aburrimiento, no buscar casi nunca la aprobación o las críticas de lxs demás, alimentando así nuestra capacidad de concentración y pensamiento sostenidxs?
El discurso sobre el “aprendizaje permanente” y la “necesidades de aprendizaje” ha contaminado profundamente no solo las escuelas, sino toda nuestra vida. Una vida plena consiste, como siempre, en la paciente y constante búsqueda de la verdad, y en el desarrollo de competencias que son buenas y hermosas por sí mismas, más que aquellas que simplemente pueden asegurarnos un beneficio económico. Una vida plena se desarrolla en la interactuación reflexiva con nuestro entorno, en la conversación, en la hospitalidad. Quien ama este tipo de vida no sacrificará el presente por un futuro eternamente pospuesto.
Comentarios
Publicar un comentario